domingo, 9 de agosto de 2009

PEKÍN 2008 (2008)


Pekín 2008 responde a la entrega puntual de Ibáñez ante cada convocatoria olímpica. Esta vez se trata de los juegos celebrados en la capital de China. El mismo narrador de la historia hace referencia a lo inevitable de esta cita, con frases que destilan, en parte, cierto tedio rutinario ante lo ineludible: “Sí, mire usté (sic), cuatro años más viejos! Aquí está otra vez la Olimpiada esa!” (viñeta 1, página 1). Los mismos Mortadelo y Filemón dan ya por sentado que van a ser requeridos para la entrega olímpica, lo que les lleva a poner tierra de por medio. No resulta, en todo caso, muy estimulante empezar a leer un álbum cuya mera realización supone ya una rutina.

La introducción histórica nos sitúa en la época de los griegos y alude a los primeros viajes de estos para celebrar sus juegos en otras localidades. Algún chiste manido como el de los condenados a galeras da pie a alguna que otra crítica a la iglesia católica por su intolerancia ante los homosexuales.

Este discreto prólogo da pie a una huida por parte de nuestros protagonistas, con el afán de que el Súper no los reclute para la misión olímpica. Así, se suceden cinco páginas en las que los agentes huyen de su obligación, con algún que otro momento original, como el viaje a lomos de un genio de lámpara, que alude a su vez a la huelga de transportes que se vivía en la España del momento. Un pasaje imaginativo que no impide que estas páginas sean variantes de un gag repetido: los agentes huyen para acabar, al final de su trayecto, en presencia del Súper. Esto ocurre en Los inventos del profesor Bacterio (1972), Los superpoderes (1987) , El jurado popular (1995) y Esos kilitos malditos (1997) aunque en Pekín 2008 los protagonistas no van a dar a la TIA, como otras veces, sino al mismo Pekín, donde el Súper y otros agentes han ido para cumplir con su misión. Otro gag que se repite ya en Bye Bye Hong Kong (1996) lo constituye la viñeta en que las masas aclaman a Mortadelo y Filemón cuando ellos presuponen que nadie los identificaría en tan lejanas tierras.





Centrándonos en la trama del álbum, en ningún momento parece claro qué hace la TIA en los juegos olímpicos, pues esta vez no se habla de amenazas de sabotaje ni nada parecido. De hecho, el Súper ni siquiera tenía pensado enviar a sus agentes en esta ocasión, aunque ellos mismos han acabado presentándose. De hecho, es su presencia la que desespera a entrenador y deportistas, como en Mundial 82, Mundial 94, Mundial 98, Mundial 2002, Mundial 2006, Atlanta 96, Sidney 2000, Atenas 2004… Tal deserción hace que los miembros de la TIA ocupen el papel de los deportistas (detalle que parece olvidarse a lo largo del álbum), mientras que Mortadelo y Filemón se convierten en una especie de “chicos para todo”. Tal vez con esta ocupación Ibáñez ha querido impedir que realicen los clásicos roles de deportistas torpes, alejándolos así en cierta forma de las pistas.

En cuanto al desarrollo de su actividad, las cinco primeras páginas narran cómo los agentes se ocupan de que los deportistas estén presentables para el desfile, ocasionando algunos gags aceptables entre los que solo cabe señalar los multi-repetidos chistes del desfile, que hace años que no aportan nada (con una discreta alusión a los conflictos del Tíbet) y la llamada que recibe Mortadelo de un ligue, que pone de manifiesto otra vez la poca habilidad con que Ibáñez intenta reproducir el lenguaje juvenil. Las cuatro páginas siguientes nos los presentan como masajistas de uno de los deportistas, Patimosco Conéjez, al que van agrediendo sin querer en gags simpáticos cuya comicidad (tan pareja al daño físico del afectado) va in crescendo.

Durante las cinco páginas siguientes, se encargarán de entrenar a Barrilete Rechónchez, el levantador de pesas, que, por supuesto, lo pasará mal y la acabará pagando con el Súper. Sucede a este tramo media página en la que Mortadelo cuenta la anécdota del lanzamiento de jabalina de su pueblo, anécdota tan chusca como innecesaria, que contribuye a la vulgarización del nivel del álbum. En las tres páginas sucesivas, Amílcar Coma sufre la incompetencia de Mortadelo, Filemón, Bacterio, Ofelia…y del mismísimo Superintendente, que mete aquí la pata como pocas veces.


Menos aportan las cuatro páginas en que se ocupan del lanzador de disco Primitivo Vinílez, con gags intrascendentes relativos a la nariz del Súper y escenas perfectamente evitables, como la del deportista en el retrete. Las dos páginas del lanzador de peso culminan con una granada que se arroja al palco de autoridades, donde encontramos al omnipresente Rompetechos, a una tal Condolencia (trasunto de Condoleezaa Rice), a Rajoy y Zapatero dándose codazos y a Rodolfo Chiquilicuatre. La inclusión de este personaje, que puede verse como una de las condescendencias con la comercialidad que ha mostrado Ibáñez en los últimos años, ha de verse como tantas y tantas menciones a cantantes del momento que ha incluido Ibáñez en su obra durante toda su vida. Hay en este álbum, además, una mención al famoso baile del Chiqui-chiqui.

En el tramo siguiente de seis páginas, nuestros agentes han de llevar al orondo Balbino Latripa, deportista, y a Ofelia a la legación española para que esta cocine para el primero. La lesión de la última hace que ambos deban ser llevados en el clásico vehículo chino consistente en un asiento con ruedas tirado, cómo no, en este caso, por Mortadelo y Filemón. A los básicos gags sobre el peso de los transportados hay que unir ciertas confusiones entre “L” y “R” (era demasiado pedir que no se sacara partido a este tópico). Mientras que algunos de estos equívocos resultan simpáticos, hay otros como el de la “polita”/ “porrita” que son tan forzados como groseros, lo cual va en detrimento del mismo álbum.

El último tramo del álbum, esto es, las cuatro páginas finales, la descoordinación de los miembros de la TIA lleva a que Filemón, el Súper, Ofelia y Bacterio viertan, cada uno por su cuenta, estimulantes para reforzar a Balbino. Un solo bocado que pruebe Mortadelo lo convertirá en un super-hombre, lo cual da pie a escenas en las que se refuerza la expresividad del personaje (resulta muy cómico su desatino tras probar la comida) y en las que se repiten clichés de historietas tan clásicas como la corta Super Mortadelo (Super Mortadelo nº1, 1972). Impagable es también el abrazo que Mortadelo se da con Supermán, suponiendo un acercamiento entre dos grandes del cómic mundial.


El intento de empujar al carro tirado por un buey en el que viajan sus compañeros de la TIA hace que nuestro protagonista acabe arrojándolos contra las autoridades en plena ceremonia de clausura (autoridades entre las que se incluyen Tony Blair, la reina de Inglaterra, Hugo Chávez o el mismísimo Batman). Las repercusiones de tal burrada las narra elípticamente un periódico que alude a la presencia de un tal Mariano que no para de repetir que la culpable ha sido ETA. Una jocosa crítica a la obsesión conspirativa de Rajoy y tal vez la única referencia a las consecuencias del terrible atentado del 11-M.


En conclusión, podemos decir que el álbum no merece más etiqueta que la de “pasable”, con algún momento divertido, pero echado a perder por la escatología fuera de lugar (la ventosidad del buey en la cara del Súper es de pésimo gusto). También el lenguaje se torna cada vez más vulgar en sus giros y expresiones: “¿Lo qué…?” (página 3), “Culiempedazos” (pág. 2), “pata arriba” y “pedazo tonta” (página 21)…Tal vez en un intento de acercar la historieta a la calle, pero quizás a una calle poco refinada. También encontramos algunas erratas como “mal” por “man” en la página 17 y la escritura de Pernambuco con “N” delante de la B (pág. 32).

En cuanto al dibujo, presenta las virtudes y defectos de otros de esta época, con alguna perspectiva rara (véase la colocación de los ojos de Mortadelo en la viñeta cinco de la página 8) y presenta poca originalidad en los disfraces del personaje principal: el de flan puede resultar insólito, pero nuestro “héroe” se disfraza de batracio hasta cuatro veces en todo el álbum.

Puede que algunas de las carencias mencionadas tengan que ver con la precipitación con que se ha realizado esta obra. Como Ibáñez contó en el Salón del cómic de Barcelona de 2007, mientras estaba realizando esta aventura le sugirieron que hiciera la historia que luego sería ¡El dos de mayo! (2008), por lo que el dibujante interrumpió la aventura olímpica, lo cual lo llevó a ir contra-reloj en su realización. Tal y como manifestó en el Salón, intentaría tenerla acabada para antes de las Olimpiadas, pero tampoco le quitaba el sueño por no conseguirlo, porque, según sus propias palabras “se iba a vender igual”. A tanto llegó la presión que durante la realización de este álbum Ibáñez no pudo cumplir con su entrega de páginas de Rompetechos para la revista Top Cómic Mortadelo.

¿El resultado? Ahí lo tienen.


2 comentarios:

El Viejo dijo...

Una reseña sumamente detallada. Admito que aún no he podido hincarle el diente a este tomo (quizás me echa para atrás ver de nuevo a Mortadelo y Filemón en una Olimpiada, aunque reconozco que Seúl y Barcelona me gustaron mucho).

Por lo que comentas, amigo Chespiro, la estructura del cómic es la clásica y que a fin de cuentas tan buenos dividendos a dado Ibáñez, aunque sorprenden ciertos guiños que son de humor inteligente y hasta algo gamberro (lo del tal Mariano que grita "Ha sido la ETA" me parecería más propia de un cómic de Cera, aunque me ha gustado)

Por lo que vemos en tu reseña, tal vez Ibáñez debería haberse esforzado más a la hora de la trama, en vez de poner a sus dos agentes como chicos de los recados de los olímpicos. Ahora bien, el dibujo parece excelente y el abrazo con Superman (no es la primera vez que hace un cameo en la serie) no tiene desperdicio.

Chespiro dijo...

Como siempre, amigo, tú eres más indulgente que yo en tus juicios.
De todas formas, he evitado ser demasiado "hard" (como diría un amigo nuestro) con este álbum, aunque tal vez lo merezca.